sábado, 27 de diciembre de 2008

Antonio Luis o la lección del preso al crítico

Esto no es una crítica..., esto es sólo lo que yo veo, o creo ver, o... quizás creo que lo vio el autor.

En cualquier caso es sincero, pero nunca una crítica.

¿Cómo puedo hacer yo una crítica, cuando siempre consideré que los que se autodenominan críticos no tienen derecho a serlo?

Ser crítico de arte, de teatro, de cine, es sólo una lucrativa profesión a la vez que algo ilícito.
El arte es arte, conocido o anónimo, editado o destruido, vivo o muerto; así que no seré yo el que critique algo que, como obra de arte, surge de lo más profundo de otro ser humano, su creación.

No..., no seré yo el que lo haga.



A medida que me adentro en el texto, me van cubriendo sensaciones y situaciones familiares, adquiridas a la fuerza por mi estancia en esta cloaca social donde me trajeron. Familiares, no tanto en la similitud real que pueda haber, pues realmente no existe en la forma, sino en el contenido.

Abel y Enric, dos maneras diferentes de sentirse prisionero. Abel ya es víctima, o quizás producto del tiempo y de su inevitable transcurrir, siendo creación del paso inexorable de éste; de su inevitable efecto.

Abel vive con resignación y resiste la marathon de prisión, sin embargo, todavía no se tornó isla, deja puertas abiertas a la posibilidad de que Enric no sea un pesado lunático e insoportable. La experiencia adquirida le indica inconscientemente que quizás haya algo más detrás de lo aparente, y si surge lo espera sin impaciencia.

Enric es dueño y dominante en y de su espacio y crea lazos y vínculos entre él y Abel, nexos que sólo existen en su mundo, siendo a su vez producto de su propia fantasía.

Abel se mueve en una zona interna, manteniendo una economía de gestos y emociones, y hasta sonríe de una forma sorda y escondida.

Enric está sustentado por la seguridad de que sus complejos pensamientos, creadores de su propia realidad, le hacen dueño de una supuesta verdad absoluta.

Las pequeñas preguntas de Abel, síntoma de la resignación con que intenta hacer la digestión de una pesada y pétrea realidad, son conductoras, espoletas conductoras que detonan esas bombas en forma de super-frases con que, más que atacar, invade Enric. Estas pequeñas preguntas "tiro a tiro" de Abel muestran la no abandonada intención de descubrir, sin apenas conciencia de interés, algo dentro de la entramada jungla de pensamientos que esconde y camufla miméticamente a Enric. Al mismo tiempo, su desgana es un paso a nivel que cierra a voluntad, para evitar ser arrollado por el tren de pensamientos de Enric.

Abel encarna la tolerancia dada por la experiencia y aguanta como un curtido "sparring" los puñetazos del merodeo mental y la curiosidad de Enric, provocadora ésta de la suya propia, curiosidad que hará llegar a la sorpresa y a la conciencia de quien es realmente Enric.

Abel, ante la no elegida e inevitable situación, se convierte en evaluador accidental de Enric. Tiene delante al paradigma de la cultura y las ciencias, impregnado todo de ese "algo" antisocial.

Abel observa con la reserva que le permite su racionalidad, como en un discurso utópico. Enric ataca a todos y a todo, no dejando títere humano ni inhumano con cabeza. Ningún estamento se escapa de un rasero de verdad absoluta. Enric, en su valentía verbal, comete errores al no ser consciente de su poder como gurú sugestionador de masas, poder que Abel comienza a ver cierto en la lectura de sus cartas. Abel es un digno rival amigo de Enric, y ahora está implicado, pues al ver el tipo de cartas que recibe Enric, se ve obligado a tomar un partido razonado, por eso se ofrece a contestar sus cartas, pero siempre con la sutil habilidad de hacer creer a Enric que es él el que decide, cuando en realidad es Abel mismo quien lo hace.

Enric tiene que tener siempre la última palabra y su gigantesco ego tiene que ser manejado con pinzas de disección y paciencia de neurocirujano.

Poco a poco, creo que Enric comienza a rozar la conciencia de su no reconocida inferioridad mortal y humana, pues es, a la vez que verdugo, víctima de su hipersensibilidad, su inmensa cultura y del galopante narcisismo que le embarga.


No quiero olvidarme de Delicadeza, personaje fundamental a mi entender, no por la extensión en apariciones, sino por su efecto, ella es bálsamo conciliador, el agua pesada que enfría el reactor nuclear, donde fisionan los átomos de Enric y Abel, es también cambio de ritmo y punto de inflexión. En ella quiero ver el reverso del "síndrome de Estocolmo" es antonímico, al invertir los papeles establecidos y haber creado unos vínculos no demasiado exhibidos con los "secuestrados".

Después de la marcha de Enric, después de ese vacío que deja; cuando todo reposa, aparece en un ejemplo de algo que vemos a diario, el poder de los medios de comunicación. La sociedad mediática está representada por el actor, que es sólo la punta del iceberg de esa fábrica de mitos, sin la cual estos no existirían. Los "medios exaltan, elevan, buscan y proyectan en la sociedad características de los individuos, que realmente no están donde las buscaron, sacándonos a todos de la realidad con solo afán de lucro, sacando plusvalías de los falsos ídolos contemporáneos, pero eso... eso es otra historia y este es un buen momento para dejar de hablar y cortar el grifo de mi pensamiento. No olvidemos que estas líneas de tinta que hablan de una cárcel de "mentira", salen del bolígrafo que sostiene en sus manos un preso real en una cárcel de verdad, llena de muchos años en un solo acto.

Es la hora de comer... y tengo hambre.

Antonio Luis Ruiz León

domingo, 14 de diciembre de 2008

Lo que opina Juan Carlos sobre la libertad

En un primer encuentro, Begoña dio a conocer a los integrantes del taller nuestro proyecto. Un claro punto de partida para nosotros -tan claro como ingenuo- era el de reconsiderar dónde comienzan las rejas, dónde terminan las libertades.

Porque si el mundo es una construcción -pensábamos-, ¿en qué celdas se encerrarán los inocentes? ¿A través de qué insólita rendija escapará el alma del culpable?

Reflexionando sobre todo ello, Juan Carlos escribió:



domingo, 7 de diciembre de 2008

Ángel de la Guarda

Toda creación tiene su ángel de la guarda y el de Prisionero en mayo se llama Begoña Tenés.

Ella ha levantado el puente más hermoso, el que nos une a los miembros de su taller de teatro, en el Centro Penitenciario de Alicante II.

Todo empezó cuando la dulce, dulce Virginia (trampolín de luna) nos habló de Begoña en El canto de la cabra. Era agosto y habíamos visto Extranjeros con David y con Manu.

Y escribimos a Begoña y Begoña resultó ser de lo más hermoso que hayamos encontrado en el camino de dar vida a nuestros prisioneros. Hay eso que se llama "asesores de verso", ¿no? Pues Begoña es nuestra "asesora de preso".

En el primer correo nos contó:

A los internos les produce mucha curiosidad saber cosas de la vida "normal" de cualquiera que entre de fuera. Por eso creo que está muy bien que Abel se "agarre" a esas cartas, que son un contacto con esas otras vidas. Vidas de verdad, al fin y al cabo, por más tormentosas que sean. Así que Abel le dice a Edi: "No la jodas, que la tuya es de verdad". Porque en el talego yo creo que se tiene la sensación de vivir una especie de vida paralela. Paralela a la de tu familia, a la de tus amigos, a la de los que salen en la tele...

Por eso el debate que planteas de libertad dentro y preso fuera, no es que sea de ingenuos, pero sí es un planteamiento quizá algo intelectual y visto desde fuera. Ellos son prácticos, se trata de salvar el culo lo más que se pueda y salir cuanto antes. Pero no sé, a lo mejor me equivoco y resulta que se lo plantean todo el rato. No lo sé. Quién sabe si un día de estos lo hablo con los chicos, a ver por donde salen...

Y un día, Begoña habló con los chicos.

domingo, 23 de noviembre de 2008

Langreo, Asturias

En el sobre, recordando 5 horas de oscura carretera.

El paseo del hotel al teatro.

El ángel de los cómicos.

Marta también estaba allí.

Concentrándose en los camerinos.

Conducir de noche es lo que tiene.


jueves, 6 de noviembre de 2008

Lovesynch


Hijo mío, mi predilecto y bien amado
Comparte tus lágrimas con tu madre;
Querido hijo, así como siempre te he llevado en mi corazón
Y siempre te he servido lealmente,
Habla con tu madre para tenerla contenta,
Así liberarás mi espíritu herido.

Lamentación de los Cantos Tysagóra
Górecki, Sinfonía Nº3, Op. 36, 1er movimiento

Festival de Otoño


Última representación

A parlar d'ira. a ragionar di morte
Rime: CCCXXXII

Los dioses
de esta primavera
no me han sido propicios
y cuidadosamente lo maldigo, madre
oscura, blasfemia, madre de la plegaria.

Han dispuesto sus negros artilugios
encima del tablado.
La representación comienza,
pero sólo un final se representa.

Al centro de la escena, un hombre
o figura de un hombre
de cenicientos pómulos ostenta
una pesada cornamenta.
Con cada uno de los cuernos
hace beber sucios detritos líquidos
a su exánime estirpe.

Excremental el hombre.
Nada
con él ni en él podría
crecer, multiplicarse.

Ni aún el llanto.
Poblad la tierra.
Oh, dioses,
error sin fin, sin fondo, de este sueño.

Hacia las candilejas, deslumbrada,
una mujer desnuda abre
sus claros ojos ciegos a la nada.

Va a caer el telón.
La sombra
va a caer otra vez sobre la sombra.

Aplaudo solo, en la sala repleta
de espectadores muertos.

(José Ángel Valente, Mandorla)

lunes, 29 de septiembre de 2008

Ariadna, Ariadna

John William Waterhouse, Ariadne

¿Nubes serán pendientes hacia frondas
que yo soñase, cómplice dormido?
Despierto voy por cúmulos de olvido
Que resucitan de sus muertas ondas.
¿Adónde me aventuro? Veo mondas
Algunas ramas y colmado el nido,
Y no sé si de Octubre me despido,
O algún Abril me envuelve con sus rondas.
Por tí me esfuerzo, forma de ese mundo
Posible en la palabra que lo alumbre,
Rica de caos sin cesar fecundo.
¿No habré de merecer, si aún vacilo,
la penumbra de un rayo o su vislumbre?
Ariadna, Ariadna, por favor, tu hilo.


Jorge Guillén


Enviado por J. A. L. E.

martes, 16 de septiembre de 2008

Romance del prisionero

















Que por mayo era, por mayo,
cuando hace la calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor;
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión;
que ni sé cuándo es de día
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
déle Dios mal galardón.

(Anónimo, s. XV)

martes, 2 de septiembre de 2008

Dios os ve


O el Panóptico que nos mira desde dentro.

Todas las citas extraídas de Vigilar y castigar de Michel Foucault
(Siglo XXI, Madrid, 1979)



Regla de la idealidad suficiente o la didáctica teatral del castigo... (pag. 99)

Si el motivo de un delito es la ventaja que de él se representa, la eficacia de la pena está en la des­ventaja que de él se espera. Lo que hace la "pena" en el corazón del castigo, no es la sensación de sufrimiento, sino la idea de un dolor, de un desagrado, de un inconveniente —la "pena" de la idea de la "pena". Por lo tanto, el castigo no tiene que emplear el cuerpo, sino la representación. O, más bien, si debe utilizar el cuer­po, es en la medida en que éste es menos el sujeto de un sufrimien­to, que el objeto de una representación: el recuerdo de un dolor puede impedir la recaída, del mismo modo que el espectáculo, así sea artificial, de una pena física puede prevenir el contagio de un crimen. Pero no es el dolor en sí mismo el que habrá de ser el instrumento de la técnica punitiva. Por lo tanto, durante todo el tiempo que sea posible, y excepto en los casos en que se trata de suscitar una representación eficaz, es inútil desplegar el gran ins­trumental de los patíbulos. Elisión del cuerpo como sujeto de la pena, pero no forzosamente como elemento en un espectáculo. El rechazo de los suplicios que, en el umbral de la teoría, no había encontrado sino una formulación lírica, tiene aquí la posibilidad de articularse racionalmente: lo que debe llevarse al máximo es la representación de la pena, no su realidad corporal.


...frente a la disciplina moderna (pag. 133)

El aparato de la penalidad correctiva actúa de una manera completamente distinta. El punto de aplicación de la pena no es la representación, es el cuerpo, es el tiempo, son los gestos y las actividades de todos los días; el alma también, pero en la medida en que es asiento de hábitos. El cuerpo y el alma, como princi­pios de los comportamientos, forman el elemento que se propone ahora a la intervención punitiva. Más que sobre un arte de re­presentaciones, ésta debe reposar sobre una manipulación reflexiva del individuo: "Todo delito tiene su curación en la influencia física y moral"; es preciso, pues, para determinar los castigos, "co­nocer el principio de las sensaciones y de las simpatías que se producen en el sistema nervioso." En cuanto a los instrumentos utilizados, no son ya juegos de representación que se refuerzan y se hacen circular, sino formas de coerción, esquemas de coacción aplicados y repetidos. Ejercicios, no signos: horarios, empleos de tiempo, movimientos obligatorios, actividades regulares, meditación solitaria, trabajo en común, silencio, aplicación, respeto, bue­nas costumbres. Y finalmente lo que se trata de reconstituir en esta técnica de corrección, no es tanto el sujeto de derecho, que se encuentra prendido de los intereses fundamentales del pacto social; es el sujeto obediente, el individuo sometido a hábitos, a reglas, a órdenes, a una autoridad que se ejerce continuamente en torno suyo y sobre él, y que debe dejar funcionar automática­mente en él.



La esclavitud a perpetuidad (pag. 99)

¿Pena físicamente más cruel que la muerte? De ningún modo, decía; porque el dolor de la esclavitud está dividido para el conde­nado en tantas parcelas como instantes le quedan que vivir; pena indefinidamente divisible, pena eleática, mucho menos severa que el castigo capital que, de un salto, se empareja con el suplicio. En cambio, para quienes ven o se representan a esos esclavos, los sufri­mientos que soportan están reunidos en una sola idea; todos los instantes de la esclavitud se contraen en una representación que se vuelve entonces más espantosa que la idea de la muerte. Es la pena económicamente ideal: es mínima para aquel que la sufre (y que, reducido a la esclavitud, no puede reincidir) y es máxima para aquel que se la representa.



¿Ojo o mandala?
Celda (pag. 127)


Al principio del trabajo, el modelo inglés agrega, como condi­ción esencial para la corrección, el aislamiento. Su esquema fue dado en 1775, por Hanway, que lo justificaba en primer lugar por razones negativas: la promiscuidad en la prisión proporciona malos ejemplos y posibilidades de evasión inmediatamente, y de chantaje o de complicidad en el futuro. La prisión se parecería demasiado a una manufactura si se dejara a los detenidos traba­jar en común. Las razones positivas, después: el aislamiento cons­tituye un "choque terrible" a partir del cual el condenado, al escapar a las malas influencias, puede reflexionar y descubrir en el fondo de su conciencia la voz del bien; el trabajo solitario se convertirá entonces en un ejercicio tanto de conversión como de aprendizaje; no reformará simplemente el juego de intereses pro­pio del homo oeconomicus, sino también los imperativos del sujeto moral. La celda, esa técnica del monacato cristiano que no sub­sistía más que en los países católicos, pasa a ser en esta sociedad protestante el instrumento por el cual se puede reconstituir a la vez el homo oeconomicus y la conciencia religiosa. Entre el delito y el regreso al derecho y a la virtud, la prisión constituirá un "espacio entre dos mundos", un lugar para las trasformaciones individuales que restituirán al Estado los súbditos que había per­dido.


Siete Ojos (pag. 203)

El Panóptico de Bentham es la figura arquitectónica de esta com­posición. Conocido es su principio: en la periferia, una construc­ción en forma de anillo; en el centro, una torre, ésta, con anchas ventanas que se abren en la cara interior del anillo. La construc­ción periférica está dividida en celdas, cada una de las cuales atra­viesa toda la anchura de la construcción. Tienen dos ventanas, una que da al interior, correspondiente a las ventanas de la torre, y la otra, que da al exterior, permite que la luz atraviese la celda de una parte a otra. Basta entonces situar un vigilante en la torre central y encerrar en cada celda a un loco, un enfermo, un condenado, un obrero o un escolar. Por el efecto de la contraluz, se pueden percibir desde la torre, recortándose perfectamente so­bre la luz, las pequeñas siluetas cautivas en las celdas de la periferia. Tantos pequeños teatros como celdas, en los que cada actor está solo, perfectamente individualizado y constantemente visible. El dispositivo panóptico dispone unas unidades espaciales que permiten ver sin cesar y reconocer al punto. En suma, se invierte el principio del calabozo; o más bien de sus tres funciones —ence­rrar, privar de luz y ocultar—; no se conserva más que la primera y se suprimen las otras dos. La plena luz y la mirada de un vigi­lante captan mejor que la sombra, que en último término prote­gía. La visibilidad es una trampa.

Lo cual permite en primer lugar —como efecto negativo— evi­tar esas masas, compactas, hormigueantes, tumultuosas, que se en­contraban en los lugares de encierro, las que pintaba Goya o describía Howard. Cada cual, en su lugar, está bien encerrado en una celda en la que es visto de frente por el vigilante; pero los muros laterales le impiden entrar en contacto con sus compañe­ros. Es visto, pero él no ve; objeto de una información, jamás sujeto en una comunicación. La disposición de su aposento, fren­te a la torre central, le impone una visibilidad axial; pero las divisiones del anillo, las celdas bien separadas implican una invisibilidad lateral. Y ésta es garantía del orden. Si los detenidos son unos condenados, no hay peligro de que exista complot, ten­tativa de evasión colectiva, proyectos de nuevos delitos para el futu­ro, malas influencias recíprocas; si son enfermos, no hay peligro de contagio; si locos, no hay riesgo de violencias recíprocas; si niños, ausencia de copia subrepticia, ausencia de ruido, ausencia de charla, ausencia de disipación. Si son obreros, ausencia de ri­ñas, de robos, de contubernios, de esas distracciones que retrasan el trabajo, lo hacen menos perfecto o provocan los accidentes. La multitud, masa compacta, lugar de intercambios múltiples, indivi­dualidades que se funden, efecto colectivo, se anula en beneficio de una colección de individualidades separadas. Desde el punto de vista del guardián está remplazada por una multiplicidad enu­merable y controlada; desde el punto de vista de los detenidos, por una soledad secuestrada y observada.

De ahí el efecto mayor del Panóptico: inducir en el detenido un estado consciente y permanente de visibilidad que garantiza el funcionamiento automático del poder. Hacer que la vigilancia sea permanente en sus efectos, incluso si es discontinua en su acción. Que la perfección del poder tienda a volver inútil la actualidad de su ejercicio; que este aparato arquitectónico sea una máqui­na de crear y de sostener una relación de poder independiente de aquel que lo ejerce; en suma, que los detenidos se hallen insertos en una situación de poder de la que ellos mismos son los porta­dores.


Retrato de un delincuente adolescente (pag. 155)

El delincuente se distingue del infractor por el hecho de que es menos su acto que su vida lo pertinente para caracterizarlo. Si la operación penitenciaria quiere ser una verdadera reducación, ha de totalizar la existencia del delincuente, hacer de la prisión una especie de teatro artificial y coercitivo en el que hay que re­producir aquélla de arriba abajo. El castigo legal recae sobre un acto; la técnica punitiva sobre una vida; tiene por consecuencia reconstruir lo ínfimo y lo peor en la forma del saber; le corres­ponde modificar sus efectos o colmar sus lagunas por una práctica coactiva. Conocimiento de la biografía, y técnica de la existencia corregida. [...] La introducción de lo "biográfico" es importante en la historia de la penalidad. Porque hace existir al "criminal" antes del crimen y, en el límite, al mar­gen de él. Y porque a partir de ahí una causalidad psicológica va a confundir los efectos, al duplicar la asignación jurídica de res­ponsabilidad. Penetrase entonces en el dédalo "criminológico" del que se está muy lejos hoy de haber salido: toda causa que, como determinación, no puede sino disminuir la responsabilidad, marca al autor de la infracción con una criminalidad tanto más terrible y que exige unas medidas penitenciarias tanto más estrictas. A medida que la biografía del criminal duplica en la práctica penal el análisis de las circunstancias cuando se trata de estimar el cri­men, vemos cómo el discurso penal y el discurso psiquiátrico en­tremezclan sus fronteras, y ahí, en su punto de unión, se forma esa noción del individuo "peligroso" que permite establecer un siste­ma de causalidad a la escala de una biografía entera y dictar un veredicto de castigo-corrección.


Las oficinas del cielo (pag. 265)

Los forzados cantaban canciones de mar­cha, cuya celebridad era rápida y que durante mucho tiempo se repitieron por doquier. En ellas se encuentra sin duda el eco de las jácaras que las hojas sueltas atribuían a los criminales: afirma­ción del crimen, heroificación negra, evocación de los castigos te­rribles y del odio general que los rodea: "Fama, hagamos sonar las trompetas... Valor, hijos, suframos sin temblar la suerte ho­rrible que se cierne sobre nuestras cabezas... Pesados son nues­tros hierros, pero los soportaremos. Por los forzados, no se eleva voz ninguna: aliviémoslos." Sin embargo, hay en estos cantos colectivos otra tonalidad; el código moral al que obedecían en su mayor parte las viejas endechas está invertido. El suplicio, en lu­gar de incitar al remordimiento, agudiza el orgullo; se recusa la justicia que ha condenado, y se censura la multitud que acude a contemplar lo que ella cree arrepentimientos o humillaciones: "Si lejos de nuestros hogares, a veces, gemimos... Nuestras frentes siempre severas harán palidecer a nuestros jueces... Ávidas de desdichas, vuestras miradas quieren encontrar entre nosotros a una casta infamada que llora y se humilla. Pero nuestras miradas son altivas." También se encuentra en ellas la afirmación de que la vida de presidio, con su camaradería, reserva unos placeres que no son conocidos en la libertad. "Con el tiempo encadenamos los pla­ceres. Tras los cerrojos nacerán días de fiesta... Los placeres son trásfugas. Huirán los verdugos, siguen las canciones." Y, sobre todo, el orden actual no durará siempre; no sólo los condenados serán liberados y recobrarán sus derechos, sino que sus acusadores vendrán a ocupar su lugar. Entre los criminales y sus jueces, ven­drá el día del gran juicio rectificado: "Venga a nosotros, los forza­dos, el desprecio de los humanos. Venga a nosotros también todo el oro que deifican. Ese oro pasará un día a nuestras manos. Lo compramos a costa de nuestra vida. Otros tomarán de nuevo estas cadenas que hoy se nos hace llevar, y se convertirán en esclavos. Nosotros, rotas las trabas, veremos brillar el astro de la libertad para nosotros... Adiós, porque desafiamos vuestros hierros y vues­tras leyes."


Vidocq o la prehistoria del cine negro (pag. 289)

Vidocq marca el momento en que la delincuencia, desgajada de los otros ilegalismos, se encuentra investida por el poder, y convertida. Entonces es cuando se opera el acoplamiento directo e institucio­nal de la policía y la delincuencia. Momento inquietante en que la criminalidad se convierte en uno de los engranajes del poder. Una figura había llenado las épocas precedentes: la del rey mons­truoso, fuente de toda justicia y, sin embargo, manchado de crí­menes; otro temor aparece, el de un entendimiento misterioso turbio entre quienes hacen valer la ley y quienes la violan. Se acabó la época shakespeariana en que la soberanía se enfrentaba con la abominación en un mismo personaje; pronto comenzará el melodrama cotidiano del poder policíaco y de las complicidades que el crimen establece con el poder.

miércoles, 27 de agosto de 2008

El demonio íntimo

Ilustración de Ars Magna Lucis et Umbrae (Athanasius Kircher, 1646)
Sombra del demonio: explica tú los principios de la cámara oscura


Suponiendo que un día, o una noche, un demonio te siguiera a tu soledad última y te dijera: “Esta vida, tal como la has vivido y estás viviendo, la tendrás que vivir otra vez infinitas veces; y no habrá en ella nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida te llegará de nuevo, y todo en el mismo orden de sucesión, también esta araña y este claro de luna por entre los árboles, y este instante y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia es vuelto una y otra vez, ¡y a la par suya tú, grano de polvo de polvo!”; suponiendo que así te hablara, ¿te arrojarías al suelo rechinando los dientes y maldiciendo al demonio que así te habló? O has experimentado alguna vez un instante tan tremendo en el que contestarías: “¡eres un dios y jamás he oído decir nada tan divino!”


(F. Nietzsche, citado en El Anti-Edipo, pag. 92)

sábado, 23 de agosto de 2008

Nijinsky


"Soy Apis, soy un egipcio, un indio piel roja, un negro, un chino, un japonés, un extranjero, un desconocido, soy el pájaro del mar y el que sobrevuela la tierra firme, soy el árbol de Tolstoi con sus raíces. [...] Soy el esposo y la esposa, amo a mi mujer, amo a mi marido.”

(Nijinsky, citado en El Anti-Edipo, pag. 84)


Caracterizado para La siesta del fauno, 1912


Enlaces:

Un caso para la clínica de las psicosis: Vaslav Nijinsky

Fotografiado por Stravinsky en 1911