martes, 22 de abril de 2008

Duelo por el teatro

Ignoramos qué valor tendrán en el futuro los esfuerzos que hoy sabemos importantes. Quizá las efemérides del presente año nos recuerden la hazaña primaveral de un cómico camino de Eurovisión –hay quien ya quiere ponerle calles-, los premios internacionales, cuando no los millonarios, o la visita de cierta banda que regresó para los festivales del estío.

Si dependiera de nuestra nostalgia, Abril de 2008 figuraría en los calendarios como un mes aciago para la cultura española: el mes en que la Sala Ítaca nos dijo adiós. E igual que se celebran aniversarios de los Mayos españoles contra la invasión francesa y de los Mayos franceses contra la Europa que irrevocablemente terminó siendo, nosotros pasearíamos por la calle Canarias los 27 de todos los Abriles para recordar con melancolía: “Aquí, aquí lucharon unos señores por un espacio crítico; aquí se intentó forjar cierta independencia…”

Pero, en tanto rehuimos de la nostalgia, esto no dependerá de nosotros; porque lo que nos ocupa decir alto y claro, aquí y ahora, es que el cierre de la Sala Ítaca resulta inadmisible y que sólo debiera producirnos malestar y vergüenza a todos aquellos que amamos incondicionalmente el teatro.

Desde su creación en el 2003, los responsables de la sala nos han ofrecido una serie de montajes memorables, altamente valorados por la crítica teatral, incluido el que recordaremos como el adiós más bello –la única justicia-: Kampillo o el corazón de las piedras, obra en la que confluyen todas las propuestas anteriores y donde la consecución de un verdadero humanismo, de raigambre cervantina, sitúa a Solo y Cía en un lugar excepcional dentro del teatro de creación propia en nuestro país.

Acompañando a la ética de sus espectáculos la ética como responsables de un espacio de creación, Ítaca ha apostado de forma constante por el teatro, el cine, la poesía, la música y la pintura. Con razón –y derecho- cita Pepe Ortega la máxima de José Hierro: “hay que hablar del dolor del otro y no del propio”, en tanto raro habrá sido el mes en el que jóvenes y prometedoras compañías no hayan podido poner a prueba su trabajo; las tres ediciones del Ciclo de Nuevos Directores o los exitosos estrenos de autores nóveles como Manuel Burque o Javier de Dios están ahí para demostrarlo.

Con idéntica fuerza, toda una serie de reconocidos profesionales han defendido sus propuestas al margen de las estrechas vías comerciales: directores como Andrés Lima o Ernesto Caballero, autores de la categoría de José Sanchis Sinisterra, Fermín Cabal, José Ramón Fernández o Fernando Arrabal –que apadrinó en la misma sala el reestreno de su clásico El arquitecto y el emperador de Asiria-, compañías -Ron Lalá, Geografías- o actores -Ernesto Arias, Luis Bermejo- que decidieron pegar el salto a la dirección… todos ellos pisaron el tablado itacense, y no de cualquier manera. Los responsables de la sala pueden sentirse orgullosos de que sus invitados gozaran siempre de las más óptimas y favorables condiciones técnicas y humanas de trabajo.
Pepe Ortega, María José Sarrate y Giovanni Holguín lograron crear un equipo, una de esas proezas con las que el entorno cultural y artístico debería congratularse; con la ayuda inestimable de Víctor Cadenas, Laura Villarocha y Paz Ayuso, entre otros, han procurado que cualquier compañía invitada pudiera dejar tranquilamente en sus manos cuestiones de taquilla, funcionamiento de sala e iluminación, “minucias” sin las cuales un espectáculo jamás podría alcanzar los objetivos para los que fue diseñado.

El cierre de Ítaca no supone la desaparición de una “ratonera” más –como pensarán algunos suspicaces- mientras otras “ratoneras” se frotan las manos por tocar a una mayor parte del pastel. No, tampoco las argumentaciones en torno a las leyes del mercado nos harán olvidar que, en esto, como en todo, alguien ha de asumir responsabilidades.

Ya es norma y costumbre insostenible que detrás de determinados problemas económicos sólo pueda extenderse la resignación y el silencio. Por lo tanto, en honor de nuestro teatro, de las iniciativas genuinas y verdaderamente personales, alguien debería respondernos: ¿Por qué una sala que no hacía más que prosperar carecía de la adecuada subvención? ¿Por qué tantísimo dinero de las arcas públicas se destina a noches –cheques- en blanco y semejantes glorias de un día mientras los verdaderos focos de creación se ven obligados a echar el cierre? ¿En qué luna, en qué otoño van a estrenar propuestas independientes como las arriba mencionadas?

Pocos teatros existirían en este país si no fuera por la todopoderosa ayuda, por lo que los medios culturales y la profesión teatral no deberían dejar pasar este acontecimiento sin preguntarse antes: ¿por qué Ítaca se merecía este castigo? Y sobre todo: ¿hay alguna manera de remediarlo? Porque si la hay… a qué estamos esperando. Salas alternativas se abren en los grandes teatros, curtidos en las salas alternativas florecen algunos de los mejores autores, directores e intérpretes del país, autores, directores e intérpretes que padecerán el fin de Ítaca como una pequeña muerte más, losa pesada que cae para, de nuevo, dificultar la libertad artística y el ímpetu creativo.

Seamos conscientes, por lo tanto, de que echamos el cierre a un capítulo de la (intra)historia del teatro español; y que será el teatro español el que sufra las inclemencias del candado.

Quede dicho, por un adiós digno a Ítaca.