De nuevo, responde a e. g. a. la voluntad de que este poema, publicado en el diario El País el mismo día que nos despedíamos de la Sala Ítaca, sea nuestro compañero de viaje. Porque el consejero, el escrito y la ocasión así lo merecían, lo leímos en voz alta minutos antes de salir a escena:
¿Hemos de sacrificar a la doncella
en el altar de un dios que reclama su sangre
para confirmar su poder sobre nosotros,
y comprobar que su grandeza
no sufre menoscabo con el paso del tiempo?
Rómpase la grandeza del dios en mil pedazos,
que la lepra corroa la púrpura que cubre
su soberbia figura,
y que su eternidad se reduzca a ceniza.
Y prevalezca la sencilla gracia
de la doncella viva, fugaz, irrepetible,
su sonrisa tan clara,
su alegría
que ella no sabe efímera, y por tanto
es en su ser presente inmortal un instante.
(Ángel González)
1 comentario:
Precioso, precioso, precioso poema. El último verso, bien podría resumir el alma teatral...
¿Cuándo ensayamos? (I´m in the mood...)
Saludos a todos y todas!!
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