
Amar al hombre como a sí mismo, según el mandamiento de Cristo, no es posible. Sobre la tierra la ley de la personalidad impera. El yo está de obstáculo. Sólo Cristo podía hacerlo, pero Cristo era el ideal eterno desde el inicio de los tiempos, aquel ideal al que tiende y debe tender el hombre por ley de la naturaleza. En cambio, después de la aparición de Cristo como ideal del hombre encarnado se ha hecho claro cómo el día que el desarrollo supremo, la evolución última de la personalidad debe precisamente llegar [...], a hacer así que el hombre encuentre, reconozca y con toda la fuerza de su naturaleza se convenza de que el uso más elevado que él puede hacer de la propia personalidad, de la plenitud del desarrollo del propio yo, consiste casi en el negar el propio yo, en consignarlo completamente a todos y a cada uno indivisiblemente y sin reservas. Y ésta es la máxima felicidad. De ese modo, la ley del yo se funde con la ley del humanismo, y en la fusión de ambos elementos, el yo y el todo (evidentemente, dos contraposiciones extremas), recíprocamente anulados el uno en favor del otro, al mismo tiempo alcanzan también el fin supremo del propio desarrollo individual, cada uno por su propia cuenta. Éste precisamente es el Paraíso de Cristo. Toda la historia [...] es sólo evolución, lucha, persecución y logro de esta meta.
Pero si es ésta la meta final de la humanidad (alcanzada la cual no deberá desarrollar otras, o sea perseguir, luchar, madurar a través de todas las propias caídas un ideal y esforzarse eternamente por alcanzarlo: como decir que no habrá más necesidad de vivir), he aquí que entonces el hombre, alcanzándola completa además la propia existencia terrena. Por tanto, sobre la tierra el hombre es sólo un ser en evolución, no concluso por tanto, sino transeúnte.
Pero alcanzar esta meta altísima, a mi parecer, es del todo insensato si en el momento en que se alcanza todo se apaga y se desvanece, o sea, si el hombre no continúa viviendo también después de haberla alcanzado. Por consiguiente, existe la vida futura, el paraíso.
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