lunes, 24 de diciembre de 2007

Menos ángeles y más angélicas (un deseo navideño)

LEAR.- ¡Oh, cómo crece hacia mi corazón esta especie de cáncer!
¡Hysterica passio! Baja, tú, amargura que asciendes.
Tu lugar está abajo. ¿En dónde está esa hija?
El Rey Lear, Acto II, Escena 4ª


El teatro hace patente un amor por la muerte, un culto por lo efímero, como una especie de impulso de aniquilación, la sensación de que algo muere. Como actriz yo lo he sentido así, hay una atracción por lo fatal, da igual el género dramático, es algo que está sucediendo y que puede fallar. Algo que está ocurriendo sobre la cuerda floja y en cualquier momento se puede caer la trapecista (y todo el mundo empieza a aplaudir). El actor se puede equivocar, puede incluso abandonar la escena. Eso no existe en la literatura, ni en el cine, por ejemplo. Tal vez es esa especie de tanatofilia lo que hace que siga existiendo público para el teatro. Y eso debemos tenerlo muy en cuenta también los autores, quiero decir, responder a la expectativa de riesgo con la que el público se enfrenta al escenario, volver a poner la escena sobre esa cuerda floja, sobre la caída y muerte del trapecista.

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Lo inmediato hiere, y sobre todo el espectador no puede eludir la responsabilidad frente a esa inmediatez. Por otro lado, yo solo sé desenvolverme en el exceso. Es una de esas cuestiones que no sabría contestar, simplemente me desenvuelvo bien en ese mundo de extremos. Esos mismos excesos no causan escándalo en el mundo, sin embargo cuando los trasladas al teatro causan un escándalo pavoroso, pero yo no pretendo escandalizar, el escándalo está en la realidad. El escándalo es que haya niños con un fusil en los brazos. Sí que es verdad que utilizo la ética y la estética de la provocación, la provocación tiene que ver sobre todo con una actitud política. Pero utilizo la provocación desde el punto de vista clásico; me gusta pensar en el clasicismo de la provocación. Que Caravaggio eligiera a una mujer ahogada para representar a la Virgen María, esa es la idea de provocación de la que yo procedo. Está más cerca de Caravaggio que de una provocación "vanguardista". Yo no hago teatro de vanguardia, hago teatro viejo, viejísimo, tan viejo como el primer hombre. Gran parte del público es incapaz de notar el clasicismo de una propuesta excesiva. Leeros Absalón, absalón, de Faulkner, eso sí que es excesivo. Yo me identifico muchísimo más con Faulkner que con esos autores medianos que tratan de escribir muy bien, con una gran preocupación por pasar a la historia. Me identifico más con los artistas kamikazes, sin tanto miedo al error.

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El hombre lleva dentro las posibilidades del horror. Es imposible separar la injusticia del hombre; no podemos hablar del poder en abstracto, van profundamente unidos. La injusticia es aquello que causa sufrimiento a los hombres. Generalmente se tiende a separar materia y espíritu. Pero la pobreza material causa sufrimiento, sufrimiento espiritual. Una y otra cosa no se pueden separar. Como dice John Berger, "el lenguaje, cuando se convierte en poesía, está para distinguir el bien del mal". El lenguaje nunca puede ser inocente. No se puede utilizar el lenguaje y pretender que eso sea objetivo ni neutral. No se puede ser inocente. El lenguaje es culpable de todo lo que dice, incluso cuando no dice nada es que está obviando y está negando la realidad.

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El cuerpo es sacrificial siempre. Debes llegar hasta la última tensión. La famosa frase de Grotowski, tú tienes que hacer esto como si fuera la última cosa de tu vida. El actor está situado en una especie de piedra ritual, y su cuerpo se encuentra allí para dar el último aliento a las palabras, porque después no hay nada, el resto es silencio, como en Hamlet, se acaba la representación y no hay nada. El teatro es una especie de demencia controlada, consiste en estar poseído y controlar la posesión; más que dionisíaco creo que es demoníaco, y realmente sí que es la imagen del sacrificio, del sacrificio del texto. El texto no va a vivir, va a morir; el texto no vive en el cuerpo del actor, muere, es una relación de final; efectivamente, en cada suspiro en cada palabra, no hay posibilidad de recuperar, ni de rectificar. No existe la resurrección.

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La belleza no tiene que ver con lo bonito, tiene que ver con la verdad. Es ese vehículo a través del cual te emocionas y reconoces la verdad; y la verdad tiene muchísimas veces que ver con el horror y el dolor, pero si no es a través de la belleza no se puede comprender. Algo no deja de ser menos horroroso por ser bello; la belleza es el hilo conductor del horror, lo potencia y lo hace comprensible. No es que te deleites en el horror, sino que se trata de utilizar lo bello para transmitirlo. Uno se vuelve incapaz de asistir a ninguna verdad si no hay belleza. Ese es uno de los grandes misterios y conflictos de la creación, por muy espantosa que sea la realidad de la que estás hablando el resultado es inevitablemente un producto hermoso. Por eso el teatro es ese espacio de reflexión que admite la belleza y la poesía. La belleza como fin en sí mismo se quedaría en un formalismo vacuo.

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La denuncia no tiene que ser obligatoria, tiene que ser inevitable. Las obras surgen de un conflicto irremediable con lo real. El director ruso Sokurov hablaba de la infinita responsabilidad moral del autor que dispone durante dos horas de la vida del espectador. Creo en esa bella responsabilidad.

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El teatro es un corral lleno de gallinas prepotentes y resentidas. Estamos cargados de prejuicios y de soberbia. La falta de espacios intermedios ha provocado una batalla insufrible entre antiguos y modernos, oficiales y alternativos. Todos nos creemos importantes. No somos capaces de enfrentarnos con humildad al trabajo del otro. ¡Dios mío, si no somos nadie! Los ligamentos de Ronaldo influyen más en la sociedad que una frase del mejor dramaturgo. El lugar que ocupa el teatro en la cultura es minúsculo.

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Hace dos años [2002] trabajaba en Port Aventura disfrazada de china para que mi compañía Atra Bilis consiguiera sobrevivir. No puedo imaginarme en un cargo público, me da asco el poder. Ni siquiera acepto ser jurado de algún premio. Cuando las cosas van mal me imagino otra vez disfrazada de china.

(Angélica Liddell)