viernes, 30 de noviembre de 2007

Neither

to and fro in shadow from inner to outer shadow

from impenetrable self to impenetrable unself
by way of neither

as between two lit refuges whose doors once
neared gently close, once away turned from
gently part again

beckoned back and forth and turned away

heedless of the way, intent on the one gleam
or the other

unheard footfalls only sound

till at last halt for good, absent for good
from self and other

then no sound

then gently light unfading on that unheeded
neither

unspeakable home


(Samuel Beckett)














Ninguno

Kathryn Hunter, Fragments


de acá para allá en tinieblas de la interior a la exterior

del yo impenetrable al no-yo impenetrable

vía ninguno


como entre dos refugios encendidos cuyas puertas una vez

aproximadas suavemente se cierran, una vez descartadas

suavemente se muestran y otra vez


convocado aquí y allá y rechazado


sin reparar en recorridos, resuelto hacia un resplandor

o el otro


inadvertidos pasos el único sonido


hasta que, al fin, alto de una vez, ausente de una vez

del yo y el otro


entonces no hay sonido


entonces luz suavemente perdurable sobre ese desamparado

ninguno


indecible hogar



Traducción e.g.a.


viernes, 16 de noviembre de 2007

Dostoievski... ¿transpersonal?

Amar al hombre como a sí mismo, según el mandamiento de Cristo, no es posible. Sobre la tierra la ley de la personalidad impera. El yo está de obstáculo. Sólo Cristo podía hacerlo, pero Cristo era el ideal eterno desde el inicio de los tiempos, aquel ideal al que tiende y debe tender el hombre por ley de la naturaleza. En cambio, después de la aparición de Cristo como ideal del hombre encarnado se ha hecho claro cómo el día que el desarrollo supremo, la evolución última de la personalidad debe precisamente llegar [...], a hacer así que el hombre encuentre, reconozca y con toda la fuerza de su naturaleza se convenza de que el uso más elevado que él puede hacer de la propia personalidad, de la plenitud del desarrollo del propio yo, consiste casi en el negar el propio yo, en consignarlo completamente a todos y a cada uno indivisiblemente y sin reservas. Y ésta es la máxima felicidad. De ese modo, la ley del yo se funde con la ley del humanismo, y en la fusión de ambos elementos, el yo y el todo (evidentemente, dos contraposiciones extremas), recíprocamente anulados el uno en favor del otro, al mismo tiempo alcanzan también el fin supremo del propio desarrollo individual, cada uno por su propia cuenta. Éste precisamente es el Paraíso de Cristo. Toda la historia [...] es sólo evolución, lucha, persecución y logro de esta meta.

Pero si es ésta la meta final de la humanidad (alcanzada la cual no deberá desarrollar otras, o sea perseguir, luchar, madurar a través de todas las propias caídas un ideal y esforzarse eternamente por alcanzarlo: como decir que no habrá más necesidad de vivir), he aquí que entonces el hombre, alcanzándola completa además la propia existencia terrena. Por tanto, sobre la tierra el hombre es sólo un ser en evolución, no concluso por tanto, sino transeúnte.

Pero alcanzar esta meta altísima, a mi parecer, es del todo insensato si en el momento en que se alcanza todo se apaga y se desvanece, o sea, si el hombre no continúa viviendo también después de haberla alcanzado. Por consiguiente, existe la vida futura, el paraíso.

martes, 13 de noviembre de 2007

Vimos El Gran Inquisidor de Brook

No porque seáis religiosa, sino porque yo mismo lo he vivido y probado, os diré que semejantes minutos [en que se recuerda el sufrimiento pasado], como la "hierba reseca" se está sediento de fe y se la encuentra precisamente porque en la desventura la verdad se hace más clara. Yo os diré de mí que soy un hijo del siglo, un hijo de la increencia y de la duda y que (lo sé) lo seré hasta la tumba. Qué terribles sufrimientos me ha costado y me cuesta ahora esta sed de fe, la cual es tanto más fuerte en mi alma cuanto más sueño los argumentos contrarios. Y sin embargo, Dios me manda a veces minutos en los que estoy totalmente sereno; en estos minutos yo amo y descubro ser amado por los otros y en esos minutos he buscado en mí mismo el símbolo de la fe, en el cual todo me es querido y sagrado. Este símbolo es muy simple; es éste: creer que no hay nada más bello, más profundo, más simpático, más razonable, más viril y más perfecto que Cristo [...]. Pero no basta; si se me demostrase que Cristo está fuera de la verdad y efectivamente resultase que la verdad está fuera de Cristo, yo preferiría quedar con Cristo más que con la verdad.

(Carta de F. M. Dostoievski a la Sra. Von Vizin, Febrero de 1854)